
chocolate caliente
Berlín, 1989.
—Hola cielo, ya estoy aquí. Siento no haber venido estos últimos días. Cogí una gripe tremenda, el frío me afecta cada vez más. ¿Te acuerdas el frío que hacía el día que nos conocimos? Hacía un frío de mil demonios, pero dejé de notarlo a partir del momento en que nuestras almas chocaron.
>>El suelo estaba cubierto de nieve y hielo, y todos caminábamos con pies de plomo para no resbalar. Justo cuando nuestros caminos se cruzaron, resbalaste, y tú y tu chocolate caliente caísteis sobre mí. Nunca podré olvidar la sensación que sentí al mirar tus ojos, tan azules, tan bonitos, tan tristes. Accediste a acompañarme para que pudiera invitarte a otro chocolate caliente. Endulza y calienta el alma me dijiste, pero lo que calentó mi alma y la endulzó, fuiste tú.
>>A partir de ese día, dejaste que formara parte de tu vida y eso me hizo el hombre más feliz sobre la tierra, hasta la fatídica mañana en la que me levanté y al salir a la calle vi ese maldito muro, que me ha mantenido alejado de ti tantos años. Ahora que te he encontrado, nada ni nadie va a volver a separarnos.
El hombre se sentó sobre la tumba de la que había sido, era y sería siempre el amor de su vida y apurando los últimos sorbos de la taza de chocolate caliente que llevaba en las manos, se recostó sobre la lápida.
—Hoy es el día amor, hoy volveremos a estar juntos para siempre —dijo recostando su espalda en la lápida y cerrando los ojos por última vez.


