
las voces del silencio
Me siento entumecido, el tiempo está cambiando. Seguro que ha llegado el otoño y yo ni siquiera me he dado cuenta. Todo está oscuro aún, el único rayo de sol que se filtra en la habitación todavía no ha hecho su aparición.
Intento sentarme, pero estoy demasiado cansado. No sé cuánto más voy a aguantar, en algún momento mi cuerpo dirá basta y ya será demasiado tarde.
Finalmente, con esfuerzo consigo incorporarme, me siento y cuando creo estar lo suficientemente despierto, me arrastro hasta la zona donde está esperando mi desayuno. No es que sea un manjar, pero ella lo ha preparado para mí. No quiero que se enfade porque no me lo he comido.
Para cuando acabo de comer, una tenue luz empieza a filtrarse y durante un rato me entretengo viendo como los rayos de sol bañan mi mano. La muevo adelante y atrás, la abro y la cierro, la giro para ver mi palma y todas y cada una de las líneas que la cruzan.
Un rato después, empiezo a oír voces amortiguadas. Vuelvo a estirarme y alargo mi mano hasta situarla bajo el rayo de luz, mientras me dejo llevar por el sonido de las voces. ¿Cuánto faltará? ¿Cuánto más debo esperar?
Me he quedado adormilado cuando noto unas manos recorrer mi pelo. Ya ha llegado. Ella está aquí. Quizá hoy, sea el día. Quizá hoy, me dé lo que tanto ansío.
—Hola cielo. Ya he vuelto, ¿me echabas de menos?
Respiro hondo, estoy muy cansado. Intento hablarle, pero el sueño me arrastra otra vez con él y soy incapaz de negarme.
—¿No vas a hablarme? Estás agotado ¿verdad? Veo que te has comido el desayuno, eso está bien. Ya sabes que no me gusta enfadarme.
Por un momento dejo de oírla, creo que mi cuerpo está empezando a fallar, ya no puede más. Y yo no puedo estar más de acuerdo con él. Ya he tenido suficiente. Ya no puedo seguir, solo quiero dejarme ir, que de una vez su venganza acabe y me deje marchar.
—¡Abre los ojos y escúchame! – me agarra del pelo y levanta mi cabeza hasta acercarla a su cara. Hago un esfuerzo sobre humano y abro los ojos, pero ha encendido la luz y hacía tanto que estaba a oscuras, que duele. Aun así, la miro fijamente y en su mirada no hay más que odio, odio y rencor.
—Bien, ahora que me miras te explicaré algo. Hoy es el gran día, por fin ha llegado hermanito, voy a liberarte, voy a dejarte ir.
Por un momento, me permito tener esperanza, pero no pasa ni un minuto cuando me doy cuenta de a que se refiere. En su otra mano sostiene un cuchillo.
—No entiendo...por qué...
—Shh... no hables, estás muy cansado. Pronto todo acabará Daniel. Y entonces solo quedaré yo. Ellos siempre me lo decían. No dejes que te pase por encima, tú eres mejor que él. Te está quitando lo que es tuyo, lo que te pertenece. Al principio, no quería hacerles caso ¿sabes? Pero ellos insistían y finalmente vi que tenían razón.
—Yo... no...
—¡Cállate! No quiero oír tus excusas. Tú fin llega hoy. Ellos me lo dijeron, me dijeron como hacerlo. Sería fácil, tenía que secuestrarte y hacerte pagar por lo que durante años me habías hecho.
—¿Quién te dijo eso? – bien, he conseguido articular una frase. ¿de quiénes habla?
—Ellos, ellos solo quieren ayudarme. Para ellos, yo soy mejor que tú.
—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos?
—Ellos siempre están a mi lado, siempre lo han estado. ¿Te acuerdas cuando mamá cayó al pozo? Ellos me ayudaron. Fue sencillo, solo tuve que hacerle creer que me había caído dentro. Me escondí durante horas donde nadie pudiera encontrarme, pero no sin antes dejar mi pañuelo favorito en el pozo. Cuando se asomó, sólo tuve que empujarla como ellos me dijeron y calló.
—¡Dios mío! Mamá... ¿Pero, por qué lo hiciste? Ella te adoraba.
—Sí, hasta que llegaste tú con tus problemas y entonces yo ya no existía.
Acerca el cuchillo a mi garganta y empieza a presionar lentamente, noto como la sangre empieza a correr por mi cuerpo. Entro en pánico, esto no puede estar pasando. Saco fuerzas de donde no las tengo y voz de donde ya no hay, y grito.
—Socorro....ayuda...por favor no hagas esto... - mi voz se vuelve un susurro y pierdo la poca consciencia que me queda, cuando noto como el cuchillo atraviesa mi piel clavándose profundamente en ella. En un momento, todo se vuelve negro y solo oigo unas cálidas y suaves voces que me llaman. Y quiero ir, de verdad que sí. Solo quiero... dejar de sentir.
—Daniel, despierte Daniel. Le traigo su medicación. Vamos a sacarle de la sala de aislamiento y le llevaremos a su habitación para que pueda descansar.
—¿Mi hermana? – pregunto en un susurro.
—¿Qué hermana, Daniel? Usted no tiene hermanos.
Cuando finalmente estoy en lo que llaman mi habitación, estirado en la cama, no puedo parar de darle vueltas a lo que me ha dicho el enfermero. No tengo hermanos. Con mucho esfuerzo, arrastro mi mano hasta llegar a mi cuello, todo mi cuerpo se siente absolutamente cansado. Palpo con mis dedos buscando la herida que hace un rato ella me hizo, pero no noto nada, no me duele nada. Sólo siento que estoy muy cansado, tanto que no tardo en adormilarme. Me dejo llevar y cierro los ojos para intentar dormir, cuando una voz me susurra:
—El juego aún no ha acabado Daniel.
Abro los ojos asustado, buscando de donde procede la voz, pero no hay nadie allí, estoy solo, completamente solo, con las voces del silencio.