
1.¿últimas palabras?
No puedo respirar, alguien está sentado sobre mi estómago. Me ahogo, la presión cada vez es más fuerte. Intento mover las manos, pero me las sujetan por las muñecas. Intento hacer fuerza pero es imposible, en esta posición ni siquiera puedo levantar un centímetro los brazos. Las piernas, pienso rápidamente. Pruebo y sí, puedo levantarlas, intento dar rodillazos en la espalda de mi agresor, pero mis rodillas impactan con…nada.
Abro los ojos, no me había dado cuenta pero aún los tenía cerrados. No hay nadie, absolutamente nadie. Lo que hace que entre en pánico e intente con más fuerza revolverme, con lo que no consigo otra cosa, que agotarme. Cuando no puedo más, dejo de hacer fuerza e intento relajarme y pensar. Estoy en ello, cuando una risita irrumpe en mi conciencia. Giro la cabeza y le veo, bueno eso es mucho decir, porque solo veo una silueta y por lo que puedo averiguar me da la espalda. Está situado frente a una especie de altar. El lugar está en penumbra, sólo un poco de luz logra filtrarse por las sucias y enormes cristaleras.
—Veo que te das por vencida. Chica lista. No conseguirás nada si sigues intentando soltarte, sólo agotarte.
—¿Quién eres? ¿Qué hago aquí?
—Cuantas preguntas… Traed a la anciana.
En el fondo de la estancia se abre una puerta y entran dos hombres sujetando a una pequeña mujer. Debe tener más de ochenta años, su pelo es blanco y cae suelto por su espalda hasta la cintura. Sus ojos me encuentran al levantar la vista y los abre desmesuradamente. Está sorprendida, bueno ya somos dos, aunque yo además estoy…como decirlo…aterrada, aunque creo que aterrada se queda corto.
—¿Qué hace ella aquí? —dice la anciana. ¿Se refiere a mí?
—Pues realmente no te importa, pero te diré, que lo mismo que tú. Morir— dice como si hubiera dicho, viene a tomar el té. De pronto, la abuela rompe a reír en histéricas carcajadas, cuando por fin para, gira la cara hacia él y muy seria dice:
—Sabes que no puedes hacer esto. No va te a funcionar. No puedes matarnos a todas. Siempre habrá una de nosotras. Hasta el fin de los tiempos. Nunca creí que fueras tú, pero veo que mis predicciones no fallaban por muy increíble que me pareciera.
—Cierto, deberías haberte fiado de tus predicciones. Por ahora, empezaré por vosotras. Lo siguiente será apoderarme del libro. Ponedla en el altar.
Los dos hombres que aún la sujetan, la llevan hasta el altar y allí, la atan. La abuela intenta resistirse, pero es inútil, los otros dos la sujetan de manera implacable. El que ha hablado, se acerca a ella aun dándome la espalda.
—El libro… ¿crees que vas a poder hacerte con él? Aunque lo consigas no podrás ni siquiera abrirlo.
—Sí, sí, sí. Lo que tú digas. ¿Últimas palabras? —dice acercando un puñal al pecho de la anciana, justo sobre su corazón.
—Déjala, ¿por qué haces esto? —digo gritando, sé que puede salirme muy caro pero no puedo evitarlo, va a matarla.
—Tú, cállate —ni me mira. — ¿Últimas palabras Nerisa?
—Tu ansia de poder te consumirá, literalmente.
Empiezo a revolverme otra vez, pero es inútil. Me paro agotada, fijo la vista en el techo y me sobresalto al notar un movimiento. Entre las sombras distingo algo. Unos ojos se encuentran con los míos, estoy a punto de gritar pero me contengo, esos ojos me dicen que calle y mantenga la calma.
En un momento, todo se vuelve caótico, esa sombra cae del techo sobre el hombre que hablaba, pero los otros dos enseguida se lo quitan de encima para que este pueda salir corriendo. Mientras uno de ellos, intenta golpear a la sombra, el otro se acerca a la anciana y acaba el trabajo. Justo antes de que la apuñalen, sus ojos se encuentran con los míos y me dice algo en silencio, pero no la entiendo, seguidamente pone los ojos en blanco y yo empiezo a gritar.
Me incorporo de golpe en la cama, estoy cubierta de sudor. Pi pi pi piiiii, qué es ese ruido pienso, intentando salir del estupor del sueño. Es el despertador, lleva un buen rato sonando. Intento apagarlo de un manotazo, pero sale volando de la mesita de noche y se estampa contra el armario, aun así el maldito sigue sonando. Me pongo en pie y frotándome los ojos voy a buscarlo. Vaya pesadilla, me estremezco. ¿De dónde habrá salido eso? En fin…no voy a darle más vueltas.
Toca ponerse en marcha, empiezo mi ritual diario antes de ir a trabajar, al menos hoy es viernes. Me ducho y visto rápidamente, no tengo tiempo que perder, voy tarde. Prefiero hacer esa parte rápido y relajarme para desayunar. Voy hacia la cocina, cojo mi café y mi tostada y me siento en la mesa de mi pequeña cocina, al lado de la ventana. Me gusta sentarme ahí y ver como despierta la ciudad mientras desayuno y escucho música en la radio. La verdad es que tuve suerte de que Mía me encontrara este piso, es una agente inmobiliaria estupenda. Aunque es pequeño, está muy bien ubicado en el centro de Barcelona y puedo llegar al museo en el que trabajo, en sólo unos minutos en metro.
Me pongo en marcha, se ha acabado mi momento de paz antes de empezar el día. Vuelvo al baño, me lavo los dientes y me pinto los labios con mi pintalabios rojo favorito y voy hacia la entrada. Cojo el bolso y salgo al rellano, cierro mi puerta y cuando me doy la vuelta me encuentro unas cajas a la altura de la cara, no me da tiempo a parar y me doy de morros contra ellas. Estoy cayendo hacia atrás cuando unos brazos me sujetan.
—Lo siento, no te había visto.
—Claro, si llevas las cajas delante de la cara…a no ser que tengas rayos x en los ojos para ver a través de ellas, es normal que choques con todo el que se te cruce— adiós al buen humor mañanero… Levanto la cara y madre mía, me quedo callada mirándole fijamente, es guapísimo. Él también me está mirando, con una amplia sonrisa en la cara. — En fin, no te preocupes. Has soltado las cajas, espero que no hubiera nada que se pudiera romper. ¿Te estas mudando aquí? —me separo de él alisándome el vestido.
—No, sólo son unos paquetes que he recogido, vivo en el piso de al lado desde hace unos meses, pero supongo que nunca nos habíamos cruzado. Soy Marc —dice tendiéndome la mano.
—Encantada Marc, yo soy Erika —su mano es cálida, pero siento un escalofrío cuando entra en contacto con la mía. — Bueno, me tengo que ir a trabajar. Nos vemos, adiós — suelto mi mano de la suya lentamente y me alejo hacia el ascensor despidiéndome con la mano. Cálmate Erika, solo es un chico guapo.
—Nos vemos Erika — es lo último que escucho, antes de que la puerta del ascensor se cierre. Me voy con una sensación rara en el cuerpo, pero no sé qué es. En fin, yo y mis corazonadas, siempre las he tenido y a pesar de que nunca les hago mucho caso, suelo estar en lo cierto.
Me dirijo con paso decidido hasta el metro, como casi siempre, tengo la sensación de que me siguen, pero cuando me giro no veo a nadie mirando en mi dirección. Entro en el vagón y no me molesto en buscar asiento, sólo son tres paradas.
Cuando salgo al exterior, paro a comprar un café con leche para llevar en la cafetería de al lado de la puerta del metro, bebo mucho café, es mi vicio y sin dos antes de ir a trabajar no puedo funcionar. De camino al museo, repaso los acontecimientos de la mañana.
Ese chico, me da que pensar, es muy guapo sí, con su pelo negro, ojos azules, sonrisa de anuncio, cuerpo perfecto. Aunque no le he visto sin ropa, es obvio que debajo de ella hay un cuerpo bien esculpido. Pero no es sólo eso, hay algo más, aunque obviamente no sé qué es.
Llego a la puerta del museo, entro y voy saludando a mis compañeros. Hoy tengo un largo día por delante, durante la mañana un par de visitas escolares, por la tarde un grupo de jubilados y por la noche, tengo tour nocturno con un grupo de alemanes. Me gusta mi trabajo, es divertido. Soy guía en el MUHBA Museo de historia de Barcelona, me encanta explicar a la gente todas las tradiciones y curiosidades actuales y pasadas de la ciudad.
Algunas noches, como esta, organizo tours nocturnos por la ciudad, para quienes quieran descubrir sus secretos, guiados por la luz de la luna. Es divertido y diferente y conoces a mucha gente en el proceso. En fin, toca ponerse manos a la obra, así que repaso algunas cosas, antes de dirigirme al encuentro de mi primera visita.
La mañana ha sido ardua, pero por fin llega el medio día y salgo a comer al bar que hay cerca del museo, hoy no me he traído la fiambrera, anoche no tenía ganas de preparar nada. Mientras estoy comiendo me llama Mía.
—¡Hola petarda! —me saluda alegre.
—¡Buenas! ¿Qué fuego hay que apagar?
—Mm…estás guerrera… ¿qué te pasa?
—Nada.
—Ya…bueno ya me lo contarás esta noche, con un par de mojitos encima…y ¡sí! Hay un fuego que apagar, el mío, estoy que ardo, necesito salir, ¡no me digas que no! —me dice gritando.
—¿Estas gritando todo eso en medio de la calle? —le digo mientras mastico un bocado de riquísima musaka.
—Sip.
—No tienes vergüenza.
—¡Gracias! Nunca la he tenido —dice riéndose.
—Eres un caso aparte. Bueno, y ¿a dónde vamos?
—¡¡A un sitio nuevo que me han dicho que es genial! Se llama El grito del Silencio. Tiene buena pinta ¿eh?
—Pues no sé, el nombre no me llama mucho…pero bueno. Esta noche tengo tour así que, ¿quedamos a las once?
—Sí, vente a mi casa.
—No, ven tú a la mía y trae la cena, que tendré que darme una ducha y cambiarme de ropa.
—Señor, sí, señor —dice soltando una carcajada.
—¿Sólo vamos tú y yo? ¿O se apunta Pol? —le pregunto. Y como siempre que quedamos los tres, hay otro nombre que pasa por mi cabeza, pero obviamente, no lo digo.
—Le llamaré, pero ya sabes que luego se pone en plan paternal cuando intentan acercarse a nosotras…
—No creo que sea en plan paternal…
—¿Ah no?
—No.
—¿Y entonces?
—No te enteras de nada Mía, deberías bajar algún día de esa nube color de rosa en la vives… en fin, te dejo que voy a pagar y me vuelvo al museo. Nos vemos esta noche, ¡besos!
—Sí, sí, hasta luego. ¡Muac!— me dice con aire distraído antes de colgar.
Pago la cuenta y me dirijo al museo. No puedo quitarme de encima la sensación de ser observada. Normalmente me pasa de vez en cuando, pero hoy es una constante. Tampoco puedo quitarme de la cabeza esa mirada azul. Me sacudo esos pensamientos de encima al llegar al museo y me centro en el trabajo, será lo mejor. No quiero seguir dándole vueltas a eso, será que de verdad necesito salir un poco.
La tarde y el tour nocturno pasan como un torbellino y cuando quiero darme cuenta, estoy abriendo la puerta de mi piso a Mía. Va embutida en uno de sus vestidos de caza, como yo los llamo. Es un vestido rojo que se pega a sus curvas marcándolas y acentuándolas donde es necesario, lleva unos zapatos de tacón imposible negros y un bolsito de mano a juego con estos. Está impresionante, sé de uno que va a estar más alerta que los bomberos en verano durante toda la noche.
—Pasa —le digo dándole dos besos.
—¡Uf! ¡Eres el alma de la fiesta! ¡Y dónde vas con esas pintas! —dice señalando mis pantaloncitos y camiseta de estar por casa.
—Primero, deja de gritar, que no son horas. Y segundo, me he duchado y quería ponerme cómoda para cenar, después me arreglo en un momento —digo enfurruñada.
—¡Vale! Pues venga a cenar —suelta las bolsas con la cena del chino encima de la mesa de la cocina.
—¿Cómo has quedado con Pol?
—Nos encontraremos con él en El grito del silencio —dice mientras va sacando envases de la bolsa y poniéndolos encima de la mesa.
—Vale. ¡¿Cuánta gente has invitado a cenar a mi casa?! —me giro con los vasos en la mano y alucino con la cantidad de comida que hay en la mesa.
—Pues…a nadie —me mira sonriente —. Me dijiste que tenías hambre, así que, calla y come. Y trae esa botella de lambrusco que seguro que tienes fresquito en la nevera.
—Acertaste.
Cenamos entre parloteos y con la música de Antonio Orozco de fondo, me encanta ese hombre. Cuando acabamos de cenar, Mia se queda recogiendo la cocina, mientras yo me dirijo a mi habitación bailoteando para cambiarme de ropa y maquillarme. Cuando viene a la habitación, ya estoy maquillada y tengo dos conjuntos en la cama y los miro como si tuvieran que responderme a una importante cuestión.
—¿Qué te queda? Mm…ya veo…—dice irrumpiendo como un torbellino.
—No sé cuál elegir.
—Veamos…pantalón pitillo negro y blusa negra de transparencias ¿sólo sujetador negro debajo? —me mira y yo asiento, señalándole el conjunto interior de encaje negro que llevo puesto. — Y zapatos rojos a juego con tu pintalabios, o vestido verde cortísimo con tirantes de pedrería y sandalias en crudo, ¡yo digo que vestido! —dice mirándome con su sonrisa pícara.
—Mm…no sé.
—¡Venga no te hagas de rogar, ¡si te queda genial!
—Es que, me apetece más ponerme lo otro.
—También te queda genial, ¡venga decídete!
Veinte minutos después, salimos por la puerta de mi piso, yo con mis pitillos, mi blusa y mis tacones rojos.