
3.BUSCANDO UNA PUERTA
¿Dreinea? ¿Qué es Dreinea? ¿Dónde está? Las preguntas se amontonan en mi cabeza esperando por una respuesta. Al poco de pasar el coche de los que pretendían secuestrarme, Marc arranca su coche y nos ponemos en marcha. Vamos hacia Dreinea. Durante un rato ninguno de los dos habla, cada uno sumido en sus pensamientos. Mi cabeza es un hervidero, no puedo dejar de darle vueltas a todo lo que ha pasado. Además, me dirijo a un sitio que no tengo ni idea de donde está y con alguien a quien apenas conozco. Si me hubieran dicho que esto pasaría esta mañana, no lo hubiera creído.
—Creo que empiezo a ver salir humo de tu cabeza —me dice muy serio.
—¡Cállate! ¿Te parece divertido?
—No me estoy riendo.
—Ya…
—En serio, deja de darle vueltas. Cuando lleguemos allí, se te explicará todo.
—¿Qué es todo?
—Eres impaciente eh…
—Bastante. No sé si lo has pensado, pero esta noche casi me secuestran, mi vecino al que apenas conozco, es como un ninja por lo poco que he podido ver, me he dado un buen golpe en la cabeza y vamos a no sé dónde, que ni siquiera sé dónde está.
—Es cierto, lo siento. ¿Cómo está tu cabeza? Y vamos a Dreinea, ya te lo he dicho. Es un lugar mágico. Y no sólo en el sentido literal de la palabra. Es…
—Me duele, pero no creo que vaya a morir por esto. Sí, con lo que has dicho me aclaras muchas cosas… —digo sarcástica cortándole.
—Primero, ¿sabes que es de mala educación cortar a la gente cuando está hablando? Y segundo, si me dejarás hablar te podría explicar algo más.
—De acuerdo, sigue, lo siento —murmuro.
—Bien, pues Dreinea es un lugar mágico. Es el hogar de los guardianes del destino. Sé que esto no te da mucha información, pero verás a que me refiero cuando lleguemos —me mira un momento y cómo ve que no abro la boca, decide seguir.
—No es fácil llegar hasta Dreinea, lógicamente. Sólo se puede llegar, a través de entradas escondidas en el mundo de los humanos o abriendo un portal, pero esto último es algo que solo unos pocos pueden hacer y por increíble que parezca yo no soy uno de ellos —dice el engreído —. En fin, aquí en Barcelona hay una puerta de acceso, sólo tenemos que llegar hasta ella. Normalmente, las puertas se encuentran en lugares con historia, se podría decir que dónde hay historia viva. Aquí en Barcelona, tenemos que ir al castillo de Montjuïc, te aseguro que ese lugar es pura historia. Data de 1640, es imponente. Es una fortaleza militar situada en la montaña de Montjuïc. Aunque bueno, eso ya lo sabes, eres historiadora. Allí está la puerta que tenemos que cruzar. Espero que los que han intentado secuestrarte no nos estén esperando allí, eso complicaría bastante las cosas.
Cuando llegamos al lugar, no puedo evitar quedarme con la boca abierta, es impresionante. Además, al ser de noche, la iluminación le da un aspecto majestuoso. Lo veo continuamente en mis visitas guiadas, pero cada vez que estoy frente a sus puertas vuelve a maravillarme.
Cruzamos el puente agazapados, aprovechando las sombras, cuando llegamos al otro extremo, Marc se detiene de repente y choco con su espalda. Gira la cabeza para mirarme y me sonríe de medio lado. ¡Vaya sonrisa tiene! Se agacha y empieza a sacar una cuerda de la mochila que ha cogido del coche.
—¿Para qué necesitamos la cuerda?
—Hay que bajar —responde escueto.
—Estarás de broma ¿no? —me asomo y miro hacia abajo, mala idea —. Tengo miedo a las alturas, yo no puedo bajar. ¿No podemos usar las escaleras?
—Que graciosa eres. Las escaleras de acceso, están tras esa puerta que tenemos delante y como es obvio, están cerradas.
—Creía que tendrías una llave. ¿No es este uno de vuestros pasos a nivel…?
—¿Paso a nivel? —me dice riéndose.
—Sí bueno, ya me entiendes.
—Sí, tengo una llave, pero, no es de esta puerta —me dice suspirando mientras acaba de hacer nudos a la cuerda. Cada vez estoy más nerviosa, ¿Cómo se supone que vamos a bajar?
—Venga te toca.
—No puedo.
—¿Qué?
—¡Que no puedo! —digo histérica. Dios, que tonta me siento. No creo que vaya a romperme una pierna. Él no dejaría que eso pasara, me ha dicho que me quiere proteger, así que debería confiar en él, o eso creo.
—Escucha —me dice mientras me sujeta por los hombros —. Puedes confiar en mí ¿vale? —se agacha un poco para mirarme a los ojos —. No va a pasarte nada. Tú solo pon el pie en la lazada que he hecho en la cuerda, agárrate a ella con las manos y relájate, yo te bajaré.
—Va…vale —le miro a los ojos y por un momento sólo hacemos eso, mirarnos. Me acuerdo de hace un rato en la discoteca cuando también me ha mirado así, parece que han pasado siglos desde entonces. Cuando me doy cuenta de que me estoy inclinando hacia delante, doy rápidamente un paso atrás —. Vale, adelante. Puedo hacerlo —digo decidida.
—Genial. Creía que íbamos a tener que estar aquí horas hasta que te decidieras a bajar…—resopla.
—Oye no seas borde. ¡A lo mejor tú haces esto todos los días, pero yo no! Así que quita esa sonrisilla de suficiencia y bájame de una vez —digo de mal humor. Será gilipuertas.
—¡Sí, señor! —me hace el saludo militar aguantándose la risa. Se acerca a mí y me empuja suavemente por la espalda, hasta acercarme al borde. Por un momento, no dice nada, está de pie detrás de mí, sin tocarme pero tan cerca que puedo sentir su calor —. Ahora en serio, no te preocupes, te bajaré muy despacio. Confía en mí —me dice pegado a mi oreja, siento su aliento acariciarme el cuello y hace que toda mi piel se erice.
—Confío en ti —y lo digo de verdad, no sé por qué, pero es así.
Me baja lentamente, pegada a la pared y rígida como un palo, de relajarme nada. Cuando por fin llego abajo, respiro tranquila. Me quito la cuerda y veo como la sube hacia arriba. En cuestión de segundos, le veo bajando rápidamente y aterrizando a mi lado como un gato silencioso.
—Impresionante.
—Gracias, nena.
—¡No me llames nena! ¡Serás creído!
—Venga vamos. Y habla más bajo, que nos van a pillar.
Empezamos a caminar una vez ha guardado la cuerda. Vamos pegados a la pared y Marc no deja de mirar en todas direcciones, alerta a cualquier ruido. Cuando llegamos a una pequeña puerta, que está en una esquina semiescondida, detrás de unos arbustos, nos paramos. Manipula la cerradura y nos colamos en el interior. Él debe saber adónde va, porque empieza a andar guiándome por diferentes pasillos. Al final de uno de ellos, vemos una puerta y Marc se dirige decidido hasta allí, vuelve a manipular esta cerradura y entramos. La habitación está a oscuras, no se ve nada, me agarro a su camiseta y por raro que parezca, no se ríe. Se para y saca dos linternas de la mochila.
—Ya puedes soltarme, si quieres… —dice mientras me guiña un ojo y me da una de las linternas. Yo refunfuño y le suelto —. La puerta debería estar por aquí. Tenemos que buscar una especie de hueco en una de las paredes.
Empezamos a movernos por la habitación buscando ese hueco, aunque no sé cómo es, lo busco. Al cabo de unos minutos, me fijo en una hendidura que hay en la pared.
—Marc —no me contesta.
—¡Marc!
—¡Oh! Claro, es a mí. Lo siento, supongo que este es tan buen momento como cualquier otro para decirte, que no me llamo así.
—¡¿Qué?!
—Pues eso. Es que ahí fuera no podía usar mi nombre. Cuestiones de seguridad.
—Ah, y… ¿cómo te llamas? —ahora que lo dice, la verdad es que Marc no le pega nada.
—Julen.
—Oh…muy bonito —digo suavemente, sí que lo es. Y le pega.
—Gracias. Es un nombre vasco. Mi familia es de allí —dice encogiéndose de hombros.
—Vale, bien. Pues…Julen, creo que he encontrado una muesca en esta pared, mira —me acerco con la linterna en la mano, apuntando al hueco. Es un hueco no muy grande, pero está lleno de tierra y piedrecitas, empiezo a retirarlas con el dedo. Un momento después le siento detrás de mí.
—Bien, vamos a probar —susurra y yo me aparto rápidamente para que pueda acercarse. Saca un colgante de dentro de su camiseta y se gira para enseñármelo, con él sobre su mano.
—Es precioso —acerco mis dedos y lo toco. Es una piedra ovalada y lisa de un color verde azulado.
—Ahora no te asustes ¿vale? —dice mientras se gira para poner la piedra en el hueco.
—¿Por qué? ¿Qué va a pasar?
—Si este, es el lugar correcto, que creo que sí, se abrirá la puerta que nos conducirá a Dreinea —me mira por encima del hombro.
—Va..vale.
Justo cuando está a punto de ponerlo, oímos pasos acelerados al final del pasillo. Alguien se acerca y por lo rápido que van y la cantidad de pisadas que se oyen, no creo que sea el guardia de seguridad.
—Mierda, ya están aquí. No podemos abrir el portal, es demasiado arriesgado. Podrían atravesarlo ellos también y eso no puede pasar. Voy a esconder la piedra en ese hueco de ahí —dice señalando una especie de rejilla que hay en la parte baja de la pared. —Espero que no lo encuentren. Escóndete, cuando entren, yo les distraeré e intentaré apartarles de la puerta. Cuando aquí no quede nadie, vuelve, pon la piedra en su sitio y cruza la puerta. Este yo o no. Yo ya me espabilaré. Allí, te están esperando.
—No.
—No ¿qué?, ¡¡¡no tenemos tiempo para tonterías!!! ¡¡Escóndete!!
—No, no voy a dejarte solo. Cogeré algo y te ayudaré.
—No vas a ayudarme. Estaré pendiente de ti y será peor. ¡Escóndete, por favor!
—¡He dicho que no! No soy una cobarde, yo no me escondo -lo cierto es que me tiemblan hasta los empastes, pero eso no voy a reconocerlo.
—¡Que cabezota! De acuerdo, ya no hay tiempo, están a punto de entrar. Coge esto. —dice mientras me pasa un tubo, presiona un botón y se alarga hasta convertirse en una especie de espada.
—¡Vaya!
—Chula, ¿verdad?…intenta no hacerte daño, cógela con las dos manos y sólo úsala en caso necesario. Intenta mantenerte al margen. Los mantendré alejados de ti.
De pronto echan la puerta abajo, literalmente. Cosa que no es fácil, porque es una puerta maciza y gruesa. Pero claro, si eres casi gigante, tampoco debe suponerte mucho esfuerzo. Entra el gigante y tres hombres más tras él, no tienen pinta de ser nada amigables. Mientras, Julen ha sacado dos espadas más como las que me ha dado a mí.
—Bueno, bueno, mirad que tenemos aquí. Un perrito guardián y su zorrita. Me las vais a pagar por lo de antes.
—Largaos —dice Julen sin que le tiemble la voz. Más bien, es una advertencia.
—Que gracioso eres chico. He ido hablar de ti, eres uno de los mejores, pero eso no va a ser suficiente. Hoy, no saldréis de aquí.
—Él mejor. ¿Quieres apostar? —dice Julen mostrando una sonrisa engreída. Será chulito…ni cuando está rodeado y las posibilidades son ínfimas, puede dejar de hacer eso. Aunque espero que tenga razón.
Se lanza hacia delante encarándose con el gigante, que al ser tan grande es un poco lento en sus movimientos. De pronto, el gigante levanta la mano cerrada en un puño y la baja en dirección a donde está Julen, pero él en el último momento salta hacia atrás y lo esquiva por poco. Cuando el gigante va a levantarse, ya es tarde, Julen le corta la cabeza poniendo una espada a cada lado de su cuello cruzadas entre sí. Yo retengo las ganas de vomitar y miro hacia otro lado.
—¡Vaya! Eso ha sido fácil —dice con una sonrisilla.
—¡Mierda! ¡Vosotros dos, a por él! Yo me encargo de la chica.
Los otros dos se abalanzan sobre él, y Julen empieza a moverse en algo muy similar a lo que podría ser una danza, mueve las espadas a la vez y esquiva los golpes que intentan darle. Hay una belleza macabra en ese momento. Estoy absorta mirándole, cuando por el rabillo del ojo veo que el otro se acerca a mí. Me giro y pongo la espada entre nosotros, así no podrá acercarse, pienso. Error, le da un manotazo a la espada, arrancándomela de las manos y cae a un lado encogiéndose. Él se acerca a mí y me coge por el cuello.
—¿Creías que ibas siquiera a poder rozarme?
No puedo respirar, me está apretando tanto que creo que va a romperme la tráquea. Cuando empiezo a perder la visión, me suelta y yo, intento meter en mis pulmones todo el aire que puedo. Me coge del pelo y tira de mí. Supongo que salimos de esa habitación porque cada vez oigo más lejano el ruido de lucha. Me parece oír mi nombre, pero no estoy segura. Intento enfocar la vista, y creo que vamos por el pasillo que hemos recorrido antes. Al llegar a una puerta cerrada, la abre y me tira dentro. Caigo al suelo golpeándome la cabeza. Por unos momentos me encuentro un poco aturdida, hasta que noto como se coloca a horcajadas sobre mí y me sujeta los brazos sobre la cabeza. Acerca su cara a la mía y estoy a punto de vomitar, cuando echa su aliento sobre mi cara al hablarme.
—Bien zorrita, mientras mis hombres se ocupan del perrito, tú y yo vamos a entretenernos un rato. El jefe dijo que no te matáramos, pero no dijo nada de pasarlo bien —me chupa la cara desde la barbilla a la sien, provocando en mí una sonora arcada.
—¡Déjame! —le escupo en la cara y él me da un bofetón que casi me hace perder el conocimiento. Me quedo muy quieta, como si me hubiera desmayado e intento pensar que hacer, pero no se me ocurre nada. Como ve que no me muevo, decide soltarme las manos. Empieza a amasar mis pechos y yo resisto la tentación de moverme, entre abro un poco los ojos. Está tan absorto, con las manos en mis pechos que, cuando levanto las mías, le araño la cara y le clavo las uñas en los ojos, no le da tiempo a reaccionar.
Lo empujo con todas mis fuerzas hacia un lado y me pongo en pie, intenta cogerme con una mano, mientras con la otra sujeta su cara. Aprovecho para darle una patada en sus partes y salir corriendo, no tardará en levantarse, tengo que buscar a Julen. Justo cuando voy a salir de la habitación me doy de frente contra un pecho, empiezo a gritar y a dar puñetazos, pero unos brazos me rodean y una voz me susurra al oído.
—Tranquila, Erika. Soy yo, Julen. Ya estoy aquí.
—¡Dios! Eres tú, perdona por golpearte, creía que eras uno de ellos —oímos como el hombre del que huía, empieza a ponerse en pie.
—Quédate aquí y no te muevas —me dice cogiéndome la cara y mirándome a los ojos.
—Vale —me aparto y me quedo fuera al lado de la puerta. Al menos vigilaré por si viene alguien más, aunque en mí estado poco puedo hacer aparte de gritar. Julen se da la vuelta y entra decidido dentro de la habitación. Se oyen varios golpes, unos susurros, algo así como “no debiste tocarla”, después un golpe más y silencio. Julen vuelve a mi lado. Me coge la cara otra vez y examina mis golpes.
—No tienes buen aspecto. ¿Te duele mucho?
—Un poco —digo con los ojos llenos de lágrimas que no quiero derramar y menos delante de él, seguro que luego me lo recordaría por los siglos de los siglos o ¿no?
—Tranquila, en un momento estaremos en Dreinea, allí te curaran —susurra y me recorre la cara con los pulgares borrando las lágrimas que se van desbordando de mis ojos. Me abraza, y finalmente lloro y lo abrazo fuerte. He pasado mucho miedo, pensaba que moriría, y no sólo yo, pensaba que él moriría. Es una sensación extraña, pero poco a poco me voy calmando y me siento más tranquila.
—Vamos, volvamos a por el collar y abriremos la puerta —me da la mano y tira de mí para recorrer juntos el pasillo en dirección a la otra habitación. Cuando entramos me advierte: —No mires al suelo —y le hago caso no quiero ver más cabezas desconectadas del cuerpo o algo peor. Me deja justo delante del hueco en la pared y se agacha para recoger el colgante. Se levanta y mirándome se gira hacia a mí con él en la mano—. ¿Quieres hacerlo tú? —creo que intenta distraerme para que no piense en lo que acaba de pasar.
—Claro —pongo la palma hacia arriba y deja suavemente la piedra sobre mi mano. Cuando la acerco al hueco, pone su mano sobre la mía, no me había dado cuenta de que me temblaba tanto el pulso. Aunque la verdad, es que no me extraña, creo que de un momento a otro me voy a caer redonda al suelo, estoy agotada.
Los dos juntos ponemos la piedra, cuando encaja, empieza a iluminarse. Empieza por el centro de un naranja oscuro precioso y acaba con un violeta intenso en los bordes. Por un momento no pasa nada más, le miro y veo que me estaba mirando, me sonríe y yo hago lo mismo. Empieza con un pequeño resplandor, justo delante nuestro en la pared, que va aumentando de tamaño e intensidad. Al cabo de un momento, estamos frente a un arco resplandeciente que nos engulle, en el que solo se puede ver luz. Buscamos la mano del otro a la vez. Antes de cruzar, veo que tira de la cuerda del collar con la otra mano para recuperarlo, y así cogidos de la mano, atravesamos el portal que nos llevará a Dreinea.