
5.Diez años atrás...
Todavía no sé cómo me he dejado liar, o porque absurdo motivo estoy aquí, si es que, cada vez que lo pienso, menos sentido le veo a todo esto. Siento el miedo devorándome las entrañas, noto como un sudor frío recorre mi cuerpo. Es una mala señal, pésima de hecho, pero ellos no me escuchan, siempre se ríen de mis corazonadas. Eres una paranoica me dicen…igual tienen razón, no lo sé. Me voy dando ese discurso a mí misma, mientras atravesamos el denso bosque en dirección a los acantilados, en busca del faro abandonado. Me acompañan mis tres mejores amigos, Pol, Denis y Mía.
Estamos de fin de curso, hemos acabado el bachillerato y hay que celebrarlo. Eso sí, como vamos cortos de presupuesto decidimos entre toda la clase viajar al norte de España en autobús. Así, lo que nos ahorrábamos en billetes de avión, lo invertiríamos en alcohol por las noches. Ahora mismo, ya no notaba ese calorcito que me habían proporcionado la bebida de ron que nos habíamos tomado hacía rato. El ron se me había escapado por los pies e iba dejando huellas de mi absoluta lucidez por el camino. Quizá, si mantuviera ese puntillo que te da la bebida, no sería tan consciente del creciente silencio que reinaba en aquel lugar, solo interrumpido por el ulular de algún búho y ruidos extraños entre los arbustos que íbamos dejando atrás.
—De verdad, que creo que esto no es buena idea chicos —estoy tiritando de frío, mi fina chaqueta no me puede proporcionar el calor necesario en estos momentos.
—¡No seas aguafiestas Erika! —Mía está saltando contenta, como si nos dirigiéramos a Disneyland y ella tuviera cinco años otra vez.
—Erika, lo hacemos por ti. Nos vamos a divertir. Necesitas despejarte y desconectar para que el merluzo de Dani no te fastidie el viaje —me dice Pol acercándose a mí, pasándome el brazo por encima de los hombros.
Sí, esa era la excusa que habían puesto para llevar a cabo aquel estúpido plan. Dani, qué decir del que hacía apenas tres horas se había convertido en mi ex, pues lo había pillado en la ducha con otra. En fin, no quiero malgastar saliva hablando de él. Todo se resume en una relación de un año, que ha acabado cuando la novia, es decir yo misma, he entrado a su habitación para darle una sorpresa y la sorpresa me la he llevado yo.
—¡No es lo que parece! —tiene la cara de decirme.
—¿Ah no? Pues yo creo que sí, que estabas a punto de tirarte a esta en la ducha —la susodicha sale de la ducha y del cuarto de baño recogiendo su ropa por el camino. Se me enciende el interruptor de la ira de golpe, cojo a la tipa antes de que pueda vestirse y la saco de un empujón de la habitación, quedándome con su ropa. Eso por fresca. Cuando me giro, el imbécil de mi ex está mirándome con la boca abierta, como si no esperara eso e mí. Debería saber después de un año juntos, que soy pequeñita pero matona, pero no, no lo sabe, no sabe nada de mí. Me doy cuenta en ese instante, de que todo este año ha sido una farsa enorme y una pérdida de tiempo.
—¡Solo tenías que cortar conmigo si querías estar con otra! —le grito.
—¡Es que no quiero!
Lo miro sorprendida, como puede ser que haya estado un año, un año entero de mi vida con semejante personaje. Me doy la vuelta y salgo de la habitación sin decir nada más. La tipa ya no está en el pasillo, debe de haber corrido a su habitación. Él me sigue, sale de la habitación y entonces yo vuelvo sobre mis pasos con una sonrisa perversa en la cara, que por su expresión, él interpreta de manera muy distinta. Me acerco a él despacio, le pongo una mano en el hombro para sujetarlo y con todas mis fuerzas le doy un rodillazo en la entrepierna. Después le quito la toalla que lleva atada a la cintura de un tirón y cierro la puerta de su habitación, dejándolo fuera, desnudo y hecho un ovillo en el suelo del pasillo.
—Eso por cerdo, por si no lo dabas por hecho, hemos terminado —y me dirijo hacia mi habitación con paso sereno.
Cuando les explico lo ocurrido a mis amigos todos preguntan cómo estoy, pero cuando sigo hablando y les acabo de explicar la historia, no pueden parar de reír y entonces, entre risas, urden el plan del faro.
Y aquí estamos ahora, camino a ese faro que habíamos visto por la tarde desde un mirador y que nos había llamado la atención a todos. De pronto, veo como se abre un hueco entre la vegetación y ahí está, siniestro y majestuoso, envuelto por la luz de la luna que le da una apariencia fantasmagórica y hermosa a la vez. Nunca he visto nada igual, es impresionante.
Seguimos andando muy juntos, por la calzada que nos llevará hasta él. Creo que los demás están igual de impresionados que yo, porque ninguno habla, todos miramos al frente observando como las sombras se mueven, acariciando su fachada. Sólo se oye el fuerte sonido de las olas, al romper contra el acantilado sobre el que reposa el antiguo faro. El mar está enfadado, las olas sobresalen por encima de las rocas salpicando todo a su alcance. Siento un escalofrío, todo esto sigue sin darme buena espina. En silencio nos paramos a observar la majestuosidad de aquel fenómeno.
—Mm…chicos quizá deberíamos volver ya. Hace frío y el mar está muy revuelto. Ya lo hemos visto, ya podemos irnos.
—No seas cagada, venga vamos —dice Pol reanudando la marcha.
Miro a Denis, me está mirando fijamente, se acerca a mí negando con la cabeza, me coge por la cintura y se pone en marcha para alcanzar a los otros dos.
—Tengo miedo Denis —susurro para que solo él pueda oírme mientras le miro a los ojos.
—Lo sé, yo voy a estar contigo ¿vale? No voy a soltarte. Nunca.
—Va..vale —digo muy bajito. ¿Por qué me mira así? El calor que emana de su cuerpo, consigue calmarme. Denis es alto, mucho más que yo, me saca una cabeza, aunque su cuerpo es delgado y fibroso. Yo en cambio, soy más bien bajita, rozando el uno sesenta. Seguimos caminando y rápidamente llegamos al edificio que precede al faro. Lo rodeamos y nos paramos justo debajo del faro, echando nuestras cabezas hacia atrás para ver lo alto que es.
—Venga, vamos —dice Pol, sacando dos linternas de sus pantalones, pasándole una a Denis.
—¿¡Qué?! ¡¿Adónde VAMOS?! —esto me está desquiciando, y no puedo quitarme esa sensación que me aprieta el estómago, algo no va bien.
—Sshhh…no grites. Vamos a entrar y subir arriba. Después nos iremos —dice Pol acercándose a la puerta, que sorprendentemente cede bajo su mano y como no, se abre chirriando.
—¡Joder, joder, JODER! —me quejo, pero nadie me escucha.
Pol y Mía ya han traspasado la puerta, Denis coge mi mano y tira de mi hacia allí. En fin, allá vamos, pienso.
Dentro, todo está oscuro excepto por las dos linternas que apuntan en diferentes direcciones intentando vislumbrar algo. Vemos una escalera y claro, Pol se dirige a ella. Subimos uno detrás del otro, pues la escalera de caracol es muy estrecha. Los peldaños, crujen bajo nuestros pies en una tétrica sinfonía que dirige nuestros pasos. Los escalones son de madera, una madera que ha visto tiempos mejores, esta agrietada, desconchada y a algunos escalones les faltan trozos que se han desprendido por la carcoma. La barandilla no ha corrido mejor suerte, de hierro forjado es helada al tacto, su pintura verde aguamarina se intuye ligeramente, seguramente el faro fue un sitio precioso en algún momento muy lejano en el tiempo.
Seguimos subiendo en silencio, yo sigo sintiendo ese nudo que cada vez se aprieta más en mi estómago, cuando por fin llegamos arriba. Hay una trampilla sobre nuestras cabezas, Pol la levanta con esfuerzo hasta golpear el suelo y quedar abierta completamente, subimos por la escalera vertical que hay en la pared. Cuando estamos arriba, los cuatro nos quedamos callados y muy quietos mirando alrededor.
Es sencillamente impresionante, en el centro hay lo que debió ser la bombilla gigante del faro, ahora no funciona. Alrededor de ella, hay un círculo por el que se puede recorrer la estancia. Sobre nuestras cabezas una cúpula de cristal, con una capa de polvo considerable, pero aun así se puede ver el mar a través de ella. Empezamos a movernos lentamente, por este inhóspito espacio. Vamos curioseando por cada rincón, hasta que Mía descubre una ventana en la cúpula y decide que es buena idea tratar de abrirla. Un momento después, entre ella y Pol lo consiguen.
—Venga, ¡salgamos fuera chicos! —Mía está emocionada.
—Mm… no sé si es buena idea.
—¡Venga abuela! —dice Pol, mientras sale por la ventana al exterior. Un momento después, mete la cabeza otra vez hacía el interior —. ¡Tenéis que salir, es una pasada!
Y allá que vamos los demás, primero sube Mía, sin ayuda, es como un monito, siempre saltando muy ágil. Después lo intento yo, pero Denis tiene que ayudarme, sino llega a cogerme me hubiera caído de culo para atrás, y finalmente sale él. Sí que es una pasada, estamos encima de un suelo voladizo, bordeado por una austera barandilla de metal, es como estar flotando sobre el mar.
—Chicos tened cuidado, no os acerquéis al borde —hace mucho aire aquí arriba y mucho frío. Las olas son tan fuertes y altas, que salpican enérgicamente el faro. Definitivamente, el mar está furioso.
—¡Sí, mamá!
—¡Venga vamos a hacernos una foto! —dice Mía dando saltitos.
—¡Sí, sí, venga que los de la clase van a flipar cuando se la enseñe!
Denis y yo, nos miramos negando con la cabeza y resoplando. Somos los únicos aquí, con dos dedos de frente.
—Venga, poneros que yo la hago y luego nos vamos —Denis está muy serio.
Nos colocamos los tres al lado de la barandilla y él enfrente, sacando su móvil del bolsillo para hacernos la foto.
—¡Más atrás Denis, que salga un poco la cúpula y las olas!
—Que pesadita eres joder… —masculla Denis, dando unos pasos atrás —. ¡Venga, patataaaa! Muy bien, pues ya está. Venga, ya podemos irnos.
En ese momento, Denis se apoya en la barandilla y esta cede bajo su peso. Todos gritamos y corremos hacia él. Cuando está manoteando el cielo en busca de equilibrio, Pol y yo lo cogemos a la vez de la camiseta y tiramos con fuerza de él hacia nosotros. Caemos al suelo arrastrándonos hacia la cúpula. Todos estamos temblando, ha estado cerca. Denis podría haber muerto.
—¿Estáis bien? Larguémonos de aquí —nunca he visto a Mía tan asustada, está muy pálida —. Se acabó la aventura.
—Sí, vámonos —Pol también está muy serio. Yo ni siquiera puedo hablar, sólo abrazo a Denis todo lo fuerte que puedo.
Volvemos a entrar en la cúpula, cerramos la ventana tras nosotros y uno a uno empezamos a descender por las escaleras. Cuando llegamos abajo, echamos una última ojeada al interior y finalmente salimos a fuera cerrando la puerta al salir. Denis y yo, recorremos el camino de vuelta en silencio, el uno al lado del otro. Mía y Pol, van delante nuestro sin hablar también. Miro a Denis y veo que me está mirando.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Denis, dímelo. Después de lo que ha pasado…Estás muy pálido, pareces un fantasma.
—¿En serio? Vaya…gracias —intenta bromear.
—Sí, en serio. Suéltalo.
—No es nada, o sí, la verdad es que no lo sé. Es solo, una sensación rara. Como si… es igual, déjalo, es una tontería.
—No, cuéntamelo. ¿No confías en mí?
—Solo confío en ti.
Lo miro sorprendida. ¿Qué solo confía en mí? ¿Qué significa eso? Su vida familiar no es fácil, pero también están Pol y Mía. En fin, en otro momento hablaremos de eso.
—Pues entonces, háblame.
—Es que…es que tengo la sensación de que me llaman, me vigilan.
—¿Quién? —me mira de golpe, creo que le sorprende que le crea. Pero es que si alguien sabe de sensaciones raras y sueños extraños, esa soy yo.
—No lo sé. Es solo una sensación, no sé cómo explicarlo.
—No sé qué decirte Denis. Supongo que se pasará. Quizá es solo que estás nervioso por lo que ha pasado.
—No, no es eso. Desde que llegamos aquí, tengo esa sensación. En fin, no te preocupes seguro que se me pasará.
Llegamos al hotel, nos despedimos y nos vamos a nuestras habitaciones. Tenemos que recoger todo porque mañana volvemos a casa.
Por la mañana, nos levantamos y bajamos a desayunar. Nos sentamos en la mesa que ya está ocupando Pol.
—Buenos días chicas. ¿Y Denis?
—Duerme en tu habitación, ¿no deberías saberlo tú?
—Que lista eres Mía, cuando me he levantado no estaba en la habitación, pensé que estaría con vosotras.
—Pues no, puede que haya ido a dar una vuelta. Voy a llamarle al móvil —tras tres intentos sin respuesta empiezo a preocuparme.
—No te preocupes Erika, anoche camino de la habitación se encontró con Paula, igual está con ella…
—¿No lo habían dejado?
—Sí, pero ya sabes, donde hubo fuego siempre quedan brasas…
—Así no es merluzo, es donde hubo fuego siempre quedarán cenizas —le contesta Mía, muy digna. Después, se enzarzan en una discusión absurda sobre refranes. Mientras yo sigo dándole vueltas a dónde estará Denis, e intento apartar el mal augurio que siento.
Al cabo del rato, Dennis sigue sin aparecer y preocupados lo comentamos con los profesores. En seguida, salen en una partida de búsqueda por los alrededores. Al cabo de media hora, vuelven sin noticias.
Hacen que subamos a por nuestro equipaje y lo vayamos metiendo en el autobús. Retrasaran la partida media hora, pero si para la hora de irnos no ha aparecido, nos iremos. Uno de los profesores, se quedará.
Pasa esa media hora y Denis no aparece. Los profesores siguen hablando en la puerta del autobús, mientras todos nosotros ya estamos en el interior. Deciden que Juan Carlos, el profesor de educación física, se quedará aquí por si aparece. Cuando Juan Carlos se aleja del autobús y el resto suben a él, mi corazón se acelera. No podemos irnos y dejarle aquí, ¿dónde diablos estará? Cuando le pille se va a enterar. El autobús arranca y yo sigo mirando frenética por la ventanilla. De pronto, le veo corriendo desde el final de la calle.
—¡¡Parad!! ¡¡Parad el autobús, que ya viene!! —me hacen caso y el autobús para con un frenazo. Corro hacia la puerta en cuanto se abre y me abalanzo sobre Denis agarrándome a su cuello.
—Idiota, idiota, pensaba que te había pasado algo… —susurro, temblando de miedo. Miedo que se va transformando, en enfado monumental. Mientras, él me abraza fuerte, escondiendo la cara en mi cuello. Un momento después, me separo —. ¿Pero a ti, qué narices te pasa? ¡Me has dado un susto de muerte! —me mira, y de verdad pensaba que mostraría arrepentimiento o que bromearía. Pero no, su cara no muestra nada, absolutamente nada y entonces sí que me enfado.
—Me distraje, no tenía reloj. Creía que era más pronto —dice con voz plana mirando a través de mí, a nuestros profesores, supongo.
—Denis, más tarde hablaremos. Recoge tu equipaje, mételo debajo y sube al autobús —le dice nuestro profesor. Y él pasa por mi lado sin mirarme y se dispone hacer lo que le han dicho —. Erika, sube tú también, ya vamos con mucho retraso. Y sin saber bien como sentirme, le hago caso y subo al autobús.
Vuelvo a mi sitio, espero a que suba Denis y se siente a mi lado, pero eso no pasa. Se coloca en el otro extremo del autobús, saca su móvil, conecta los auriculares y nada más. No puedo dejar de darle vueltas, que le habrá pasado, ¿será por Paula?
Cuando llegamos a casa, cada uno coge su equipaje. Me reúno con Mía y Pol a un lado, para hablar del fin de semana. Hoy es viernes, así ya podemos quedar en algo para vernos mañana o el domingo. Estamos hablando de ello, cuando vemos pasar a Denis a unos metros de nosotros. Ni siquiera nos mira, sigue caminando y en unos minutos dobla la esquina, sin volver la vista atrás. Los tres nos quedamos mudos, no hemos hablado mucho del tema durante el viaje. Pensamos que quizá le había caído una buena bronca por llegar tarde, o que había tenido algún encontronazo con Paula y prefería estar solo pero, es raro. Él no suele comportarse así. Lo hablamos y decidimos darle de margen el fin de semana. El lunes en clase lo abordaremos y nos lo contará todo.
Nos queda una semana de clases y después vacaciones de verano. ¡Por fin! Intento no darle vueltas durante el fin de semana, pero no puedo quitarme una sensación rara del estómago. Algo va mal, lo sé. Cuando el lunes Denis no se presenta en clase, sé que algo ha pasado. Al salir de clase, convenzo a Mía y Pol para ir a casa de Denis a ver qué pasa.
—¿Qué piso es?
—Creo que el 1º 2ª Pol— le contesto.
—¿Sí? ¿Quién es?
—Hola, somos los amigos de Denis — me adelanto a Pol y Mía y hablo.
—Denis no está.
—¿Sabe dónde podemos encontrarle?
—No.
—¿Sabe cuándo volverá? —su padre es parco en palabras, pero decido no desistir.
—No, sólo ha dicho que tiene que irse y que tardará en volver.
—¿Después? A la hora de la cena, ¿quizá?
—No, no lo creo —este señor me está sacando de quicio con sus respuestas.
—Bueno, entonces le veremos mañana en clase —digo desanimada. Mía y Pol me susurran que lo deje estar.
—No, no lo creo.
—¿No va a ir a clase? —insisto.
—No, no lo creo.
—Perdone, no quiero ser maleducada pero ¿puede decir algo más que eso? Verá estamos preocupados por él y…
—Sólo te diré, que se ha llevado una mochila grande con bastante ropa y que dijo: “tardaré bastante en volver”. Eso es todo. Así que asumo que no estará por aquí en un futuro próximo. No dijo tampoco a donde iba y la verdad tampoco le pregunté.
—¡¡¿¿Qué??!! Su hijo se marcha y no le pregunta ni ¿adónde va?
—Erika, vámonos. No vamos a conseguir encontrarle preguntando aquí. Adiós señor —dice Pol mientras Mía me coge de la mano y nos alejamos de allí cabizbajos.
Los siguientes días, semanas, preguntamos por el barrio por si alguien le ha visto. En las estaciones de tren y autobuses, pero nada, nadie le ha visto, nadie sabe nada de él. Es como si se lo hubiese tragado la tierra.
Pasa todo el verano y seguimos sin noticias de él. Llega septiembre, empiezan de nuevo las clases, solo que este año empezamos la universidad. Y Denis, sigue sin aparecer. Cada día, cada noche, pienso en él, dónde estará, porque se habrá ido. Que pasó aquella última mañana de viaje. Los días pasan, los meses pasan y finalmente los años pasan y Denis no ha vuelto.