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1.noches peligrosas

Siempre igual, sí, sí, vente Leila, lo pasaremos bien. Yo acepto, salimos y cuando me doy la vuelta ya tiene la lengua de alguno metida hasta la campanilla… Bueno, la verdad es que tampoco es nada nuevo.

Salgo de la discoteca y empiezo a caminar, le he dicho a Ana que cogería un taxi, pero me apetece andar. Siempre he preferido el invierno al verano, poder ponerte gorros y bufandas y notar el frío en la cara. Sí, son las 3 de la madrugada en pleno enero, pero cuando llegue a casa me voy a dar un bañito caliente y relajante y además, voy a tomarme la última copa a mi salud. Total, no creo que ahora pueda dormir.

Voy sumida en mis pensamientos, cuando me doy cuenta, que hace un rato que oigo otros pasos aparte de los míos. Presto atención y cambio el ritmo al caminar, pero esos pasos siguen igual. Me giro para ver si hay alguien más en la calle y no veo a nadie.

—No seas paranoica Leila. Seguro que son imaginaciones tuyas —susurro bajito. Pero no puedo quitarme de encima la sensación de que me siguen. Así que decido ir por calles grandes y acelerar el paso.

Sigo avanzando, ya solo tengo que girar la esquina y estaré en casa. Intento calmar mi corazón, porque me va a dar algo. Me paro un momento a buscar las llaves en el bolso, debería haberlas sacado en la discoteca y llevarlas en la mano. Estoy rebuscando en el enorme bolso, cuando noto que una mano me sujeta del codo, doy tal salto del susto que el bolso y todo lo que llevo dentro, acaban esparcidos por el suelo.

—Perdone, no quería asustarla.

Casi no puedo respirar, creo que voy a hiperventilar. Llevo todo el camino obsesionada con que me seguían. Levanto la vista y me encuentro con un poli, que me mira desde un palmo más arriba, con cara de culpable.

—Lo siento de verdad. No quería asustarla. Pero la hemos visto caminar sola y deprisa y queríamos saber si todo iba bien.

—Sí…sí. No se preocupe. Es solo que quería llegar rápido a casa. Gracias por preguntar. Y por favor, háblame de tú que me hace sentir vieja —me agacho y empiezo a recoger todo lo que hay en el suelo y voy metiéndolo en el bolso. El poli se agacha también y me ayuda.

—Te tiemblan las manos —me dice cogiéndomelas.

—Sí, es que estaba un poco nerviosa. Me daba la sensación de que me seguían —levanto la vista y ahora si le veo. No me había fijado antes, estaba en shock. Igualmente, no sé cómo he podido no darme cuenta. Es guapísimo, moreno, barba de unos días, tiene unos cálidos ojos verdes y su boca, madre mía, que boca.

—¿Has visto a alguien? A estas horas siempre es mejor coger un taxi —nos levantamos a la vez y me doy cuenta que nuestras manos aún están cogidas. Me quedo mirándolas.

—Oh, perdona —y me suelta—. ¿Vas muy lejos?

—No, vivo aquí mismo, en esta calle de al lado.

—Vale. Ves con cuidado —se da la vuelta para irse.

—Gracias… ¿Cómo te llamas? —no sé por qué le pregunto eso. Se da la vuelta y me mira.

—Alex.

—Yo Leila. Gracias por todo Alex —me sonríe y se va.

Me pongo en marcha, ya con las llaves en la mano, rememorando esos ojos y sus cálidas manos.

—Creía que no ibas a deshacerte nunca de él.

—¿Qué? —estoy confusa, ¿quién es este tío?

—Llevo un rato siguiéndote. He visto como me mirabas en la discoteca. Y al irte, he salido detrás de ti. Podemos seguir la fiesta en privado.

—Pero, ¿qué dices? No sé quién eres, déjame pasar y lárgate —intento apartarle, pues se ha colocado delante de mí, arrinconándome en la esquina.

—Ah no, preciosa. Llevo toda la noche pensando en ti —se acerca más y empieza a acariciarme la cara. Siento arcadas. Abro la boca para gritar, quizá los polis no se han ido aún. Pero rápidamente, me tapa la boca, golpeándome la cabeza contra la pared.

—No, no vas a gritar —piensa Leila, piensa. Muerdo fuerte su mano y a la vez le doy un fuerte pisotón en el pie con mi tacón y echo a correr.

—¡Maldita zorra! ¡Vuelve aquí! —oigo como camina tras de mí. Yo no contesto y sigo corriendo. Cuando giro la esquina, choco contra alguien.

—Ayuda, ayuda —ni siquiera miro a quien me estoy aferrando, suplicando ayuda. Hasta que oigo su voz.

—Tranquila, ¿Qué ha pasado? —pero no le da tiempo a decir más. Mi acosador, sale de detrás de la esquina, pero al vernos se para en seco. Alex me aparta suavemente y me coloca tras él. Oigo como su compañero sale del coche y se acerca.

—Encárgate de él Dani — le dice Alex, cuando este llega a nuestro lado. El tal Dani, asiente y se lo lleva esposado al coche. Alex me aleja un poco de allí.

—¿Estás bien? Lo siento, yo debería haber comprobado que no había nadie por los alrededores —está nervioso, no para de pasarse las manos por el pelo.

—Tranquilo, estoy bien. No ha pasado nada. Y la culpa en ningún caso es tuya, sino de él. Creo que está loco, me ha dicho algo de la discoteca y que yo…no sé —me toco la cabeza, me duele un poco.

—Tranquila. Cuéntamelo todo, pondremos la denuncia, ¿te ha hecho daño? —en unos minutos, llega una ambulancia y mientras revisan que no tenga nada, por el golpe contra la pared que me ha dado el loco, le voy contando todo a Alex. Al cabo de un rato, la ambulancia se va.

—Me has dicho que vives en esa calle ¿no?

—Si.

—Pues vamos, te acompaño a tu casa.

Caminamos el uno al lado del otro, en silencio. Yo no sé que decir, en mi cabeza dan vueltas miles de pensamientos, ¿que podría haber pasado? ¿Que he hecho para darle a entender que me tenía que seguir? ¿Por qué no he cogido un taxi?

—No le des más vueltas —no me he dado cuenta, pero estamos parados frente a mi puerta. ¿Cuanto rato llevamos aquí?

—Sí, tienes razón. Pero no puedo dejar de pensar que sabe donde vivo.

—Puedes pedir una orden de alejamiento —le miro levantando una ceja—. Lo sé, pero es lo que hay que hacer y lo que debo decir. Aparte de la orden, hay algo más que puedes hacer.

—¿El qué?

—Clases de defensa personal.

—¿Tú crees?

—Sí. Se imparten de manera gratuita una vez a la semana. Los miércoles por la noche, en el Casal del barrio.

—De acuerdo. Iré a informarme.

—Y a apuntarte.

—Sí y a apuntarme. Prometido.

—Bueno, tengo que irme —se rasca la nuca nervioso.

—Claro. Gracias por todo. Has sido muy amable.

—De nada, es mi trabajo. Cuídate Leila —su mano roza mi mejilla e instintivamente cierro los ojos y ladeo la cara—. Adiós —me suelta y se va sin esperar respuesta.

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