top of page
  • icono wattpad
  • icono instagram
  • icono pinterest

2. solo siente

El miércoles siguiente, a las ocho de la tarde, allí en el Casal que estamos Ana y yo. Cuando le expliqué todo lo sucedido, se sintió muy culpable y me dijo que sí o sí teníamos que ir a esas clases. Y después, me interrogó sin descanso, sobre el guapísimo policía que me había ayudado, claro. Así que, aquí estamos, dispuestas a aprender algunas técnicas.

—Bueno, bueno, aquí estamos. ¿Estás lista para aprender a romper bolas?

—¡Ana!

—¿Qué pasa? ¿Acaso no es cierto?

—No del todo.

Yo conozco esa voz, se me acelera el pulso. Ana y yo nos giramos a la vez. No creí que él fuera a estar aquí.

—Alex.

—Hola Leila —dice mirándome fijamente. Ana carraspea.

—Mm…hola. Ella esAna —la cual se lanza inmediatamente a darle dos besos. La acribillo con la mirada.

—Encantado Ana. Has cumplido tu promesa —vuelve a centrarse en mí.

—Sí, yo cumplo lo que prometo.

—Me alegro.

—Y tú, ¿qué haces aquí?

—Comprobar si cumplías tu promesa.

—¿En serio has venido solo por eso?

—Claro. Es importante —por un momento nos quedamos callados mirándonos.

—Ehh chicos, creo que ya va a empezar la clase —Ana empieza a alejarse.

—Mmmm…sí claro. Bueno ya nos veremos, supongo. ¿O vas a quedarte?

—¿Quieres que me quede?

—Oh no, bueno quiero decir que no hace falta, pero si tú quieres no me importa, pero que no te preocupes…

—No puedo quedarme —me dice sonriendo—. Tengo algo que hacer, pero si quieres vengo después y vamos a tomar algo.

—Claro, genial —respondo demasiado rápido.

—Vale, pues hasta luego —me dedica una bonita sonrisa antes de irse.

Empezamos la clase y después de varias explicaciones y consejos, aprendemos algunas técnicas sencillas. Está bien que se hagan este tipo de clases, hoy en día es importante saber cómo protegerte, tanto si eres hombre como mujer.

Cuando acabamos la clase, vamos a unos vestuarios que hay al fondo y Ana aprovecha para empezar el interrogatorio.

—Has quedado con el buenorro, ¿no?

—Ana…

—¿Qué? Está bueno, si está bueno, lo está.

—Sí, lo está, mucho —me entra la risa tonta—. Si quieres puedes venir.

—No, ¿estás loca? ¡Ves y ataca! —le miro enarcando una ceja—. ¿Qué? Yo lo haría. No lo pienses, por una vez, solo siente.

—Ya veremos.

—Bien. Algo es algo…—me dice mientras salimos por la puerta—. Mira, ahí está. Vamos.

Los nervios se me comen mientras nos acercamos a él, no desvía su mirada de mí en ningún momento y eso hace que me ponga aún más nerviosa. Su sonrisa se hace más grande a medida que nos acercamos.

—Hola chicas, ¿cómo ha ido?

—¡Genial! Ya sabemos algunas técnicas para patear…

—¡Ana!

—¡Solo iba a decir culos! —me dice guiñándome un ojo—. Bueno Alex, dime una cosa. La dejaras en su casa después ¿verdad?

—Sí claro, no te preocupes. Yo la acompaño.

—Ehh, ¡estoy aquí! —digo haciendo aspavientos. Y ellos ríen.

—Lo sabemos. Mañana hablamos —Ana me abraza y con disimulo me susurra al oído: —Te mira como si quisiera comerte —. Después se despide de Alex y se va.

—Bueno… ¿dónde vamos? — estoy nerviosa. Es tan guapo que me intimida.

—¿Te parece si vamos por aquí cerca, dando un paseo?

—Claro —comenzamos a andar y nos sentamos en un bar que hay cerca.

—Bueno explícame, ¿qué os han enseñado? —me dice después de que el camarero apunte lo que queremos.

—Pues la verdad, es que hoy ha sido todo bastante teórico. Han insistido bastante en que lo importante es poder huir, no pelear.

—Cierto. En la mayoría de las veces, vuestro atacante siempre poseerá más fuerza bruta que vosotras. Lo más inteligente es saber cómo quitártelo de encima y correr como si te persiguiera el diablo.

—Sí, justo eso nos han dicho.

—Está bien que se hagan estos cursos. La gente normalmente no le da importancia a la defensa personal y ojalá no fuera necesaria, pero por desgracia a día de hoy, siempre es mejor prevenir que curar. Nunca se sabe en qué situación te puedes encontrar.

—Tienes razón, yo nunca creí que algo así me pudiera pasar a mí. Y menos mal que el otro día vosotros estabais por allí, porque no quiero ni imaginar lo que me hubiera pasado de no aparecer tú.

—No le des más vueltas, no vale la pena. Ahora solo aprovecha esas clases y aprende todo lo que puedas por si en algún momento te vuelves a ver en una situación así, que esperemos que no, pero si se da el caso, es importante que sepas que hacer.

Callamos un momento mientras el camarero deja nuestro pedido en la mesa. Pero nos mantenemos la mirada, hasta que se me hace imposible seguir mirándole, es tan intenso…, así que hago ver que tengo sed y bebo un trago de mi vaso.

—Tienes razón. Pero ¿sabes qué me asusta? —le digo cuando el camarero se va.

—¿Qué?

—Bloquearme si llega ese momento y que todo lo que he aprendido no sirva para nada.

—Es normal bloquearse en situaciones así, pero hay que intentar mantener la cabeza fría, calmarse, evaluar la situación y actuar. Si quieres puedo ayudarte a practicar.

—¿Lo harías?

—Claro, solo tienes que pedirlo.

—Gracias, me encantaría que me ayudaras.

—Así será y ahora ¡a comer!

—Todo tiene una pinta genial.

Comenzamos a comer en silencio, pero no es un silencio incómodo, las miradas van y vienen, las sonrisas vuelan y mis sonrojos aparecen provocando en él una risita canalla. Hacía mucho que no quedaba con un chico, últimamente entre el trabajo y poner en marcha mi nuevo proyecto, ese con el que llevo soñando años, no he tenido tiempo para citas.

—Y dime Leila, ¿a qué te dedicas?

—Pues trabajo como traductora para una empresa internacional.

—¿Hablas muchos idiomas? —me pregunta sorprendido.

—No muchos, aparte de español y catalán, inglés, alemán y llevo estudiando chino cuatro años.

—¡Vaya!

—¿De qué creías que trabajaba? —le digo riendo.

—Pues no sé, la verdad.

—Siempre me ha gustado aprender idiomas y la verdad es que se me daba bien, así que lo aproveché y me volqué en ello, pero ese no es mi objetivo —cuando digo esto último se inclina levemente hacia delante para escucharme con más atención.

—¿Y cuál es?

—Quiero montar una guardería… un tanto especial.

—¿Especial?

—Sí, no quiero que sea una guardería convencional, quiero que los niños estén como en casa. Nada de estar divididos en clases, nada de horarios estrictos de actividades, nada de presionarles para aprender a hacer una letra. Quiero que disfruten de cada momento, que experimenten, despertar su curiosidad, compartir vivencias con ellos.

—Vaya… ¡hasta a mí me entran ganas de ir a tu guardería! —me entra la risa.

—Creo que ya eres un poco mayorcito para eso.

—Puede que sí —me guiña un ojo y siento una sacudida recorrer mi cuerpo. —¿Y cómo piensas conseguir tu objetivo?

—Pues, llevo años ahorrando. Compré una casa en el centro, la calle donde me encontraste el otro día. Vivo allí y allí será también donde monte la guardería. Es una casa antigua, la verdad es que la conseguí a buen precio y poco a poco con ayuda de mi hermano y mi padre la voy acondicionando para poder acoger a los peques.

—Si necesitas un par de manos para algo, me llamas.

—Gracias, quizá lo haga.

—Lo digo de verdad.

—Vale.

—Así que, tú casa sería también una guardería.

—Sí, seremos algo así como mamas de día. La idea es que los niños estén tan a gusto como estarían en su propia casa.

—Es muy bonito que hagas algo así, imagino que cuando alguien deja a sus hijos al cuidado de otros, lo que quiere es que estén como en casa en todos los sentidos.

—Sí. ¿Y tú que haces además de salvar damas en apuros?

—Pues la verdad es que no hay mucho que contar, soy policía, eso ya lo sabes. Fuera de ahí, lo típico, quedar con amigos, la familia y siempre que puedo me gusta hacer escalada.

—¿Escalada?

—Sí, me relaja. Mi trabajo a veces es…complicado e ir a escalar me ayuda a despejar la mente y relajar el cuerpo. Además cuando consigues llegar a la cima es… la verdad es que es una sensación difícil de explicar —habla mirando a algún sitio lejano, se nota que le gusta mucho la escalada, su mirada a cambiado al hablar de su pasión.

—¿Liberador?

—Sí, pero es más que eso. ¿Has escalado alguna vez?

—¿Yo? No, como mucho de vez en cuando salgo a correr cuando Ana me arrastra a ello —suelta una carcajada echando la cabeza hacia atrás y puedo asegurar que es lo más sexy que he visto en mucho tiempo…ese cuello…

—Si quieres probar puedes venir conmigo un día.

—No sé…

—¿Te dan miedo las alturas? —me mira entrecerrando los ojos.

—Un poco —reconozco desviando la vista.

—Yo cuidaré de ti —susurra.

Desliza su mano por la mesa y coge la mía. Su calor traspasa mi piel, le miro y pronto me encuentro con sus ojos, son preciosos. Nos miramos por lo que parece un largo rato, hasta que vuelve el camarero y rompe el momento al carraspear. No me había dado cuenta pero ambos nos habíamos inclinado hacia delante.

—¿Queréis algo más? —sí, que no nos hubieras interrumpido…en fin, solo hace su trabajo. Alex me mira y yo niego con la cabeza, con su mano aun sujetando la mía.

—No, ¿traes la cuenta por favor?

—Claro.

Cuando trae la cuenta, Alex no me permite pagar, me enfurruño y le digo que la próxima invitaré yo. “Siempre que haya una próxima vez me parece bien” susurra cerca de mi oído. Salimos del bar y coge mi mano, yo no retiro la mía, me gusta cómo se sienten nuestras manos unidas. Caminamos despacio, sin prisa, creo que ninguno de los dos queremos que este momento se acabe, pero sé que hoy tampoco voy a ir más allá. Ana podrá decir lo que quiera, pero yo necesito algo más que una cita para dar el paso siguiente.

Me lleva en su coche hasta casa y cuando llegamos baja conmigo y me acompaña hasta la puerta. Vuelve a coger mi mano, es como si necesitara tocarme, no solo es que quiera, sino que lo necesita. Quizá me estoy volviendo loca ¿no?

—Bueno… —digo insegura cuando llegamos a mi puerta, la abro y me giro hacía él.

—Lo he pasado muy bien, me ha encantado compartir este rato contigo Leila, la única pega es…

—¿La hay? —le digo a lo que él me sonríe y coge mi cara entre sus manos.

—La única pega, es que ha sido demasiado poco rato, necesito más, mucho más…

—A mí también se me ha hecho corto, es muy fácil hablar contigo, créeme que soy muy tímida y normalmente me cuesta contar cosas sobre mí a la gente. Te puedo asegurar que no lo hago a la primera de cambio.

—Eso hace que me sienta especial —sus manos no han dejado de acariciar mi cara—. ¿Puedo…?

Antes de que diga nada más me agarro a su chaqueta, me pongo de puntillas y me lanzo a su boca que ya viene al encuentro de la mía. Es dulce, suave, lento y exquisito. Sus labios juegan con los míos, los tientan, hasta que no puedo más y dejo que mis dientes atrapen su labio inferior a lo que él responde con un bronco gemido seguido del asalto de su lengua a mi boca. El beso cambia totalmente, nos devoramos con ansias, buscando y encontrando, dando y tomando.

Mis manos se hunden en su pelo, aferrando fuerte los cortos y sedosos mechones de su nuca para anclarle más a mí, mientras él me sujeta por la cintura y pega nuestros cuerpos. Recorre cada rincón de mi boca, su lengua lucha con la mía, se enredan, se acarician, se buscan. Nos separamos jadeantes cuando nos falta el aire para seguir. Apoya su frente en la mía, mientras ambos respiramos acelerados.

—Dios… tu sabor es… —tengo mucho calor, me sobra el abrigo, la bufanda y todo lo demás.

Me mira con una sonrisa. Sabe que hoy no vamos a pasar de aquí, y no es que no quiera, de verdad. Porque, a quién quiero engañar, si solo con un beso es capaz de hacerme esto, ¿qué hará cuando le deje ir más allá? Me estoy planteando lo de no dejarle entrar...

Se aparta un poco, pero es obvio que no quiere hacerlo. Sus manos siguen sujetándome por la cintura, las mías están ahora sobre su pecho. No quiere dejarme ir y la verdad, yo tampoco quiero que lo haga.

—Apunta mi número de teléfono —sonríe.

—Espera, solo uno más… —y me inclino hacia delante donde su boca vuelve a encontrarse con la mía y volvemos a dejarnos llevar por un rato.

Cuando volvemos a separarnos, no sé si ha sido buena idea ese segundo beso, porque mi determinación se tambalea. Así que haciendo un esfuerzo me separo de él y busco mi teléfono dentro del bolso. Cuando lo tengo en la mano, me dicta su número y le hago una llamada pérdida para que tenga el mío, su sonrisa se amplía al sonar su móvil. ¿Pensaba que no iba a dárselo?

—Buenas noches Leila —dice dejando un suave beso sobre mis labios que hace que mis mariposas echen a volar de nuevo.

—Buenas noches Alex.

bottom of page